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Es habitual en los países serios que la política exterior no sufra los vaivenes de los cambios de ‘color’ de los gobiernos. Hay cuestiones de estado que no se miran con óptica partidista sino con la visión de país. En el caso de España me resisto a hablar de país no serio, de país veleta, sino más bien de partidos serios y partidos de opereta. Es evidente que amen del marco europeo, UE y OTAN, que siempre es clave, nuestra política exterior desde siempre va dirigida a Latinoamérica y hacia los países árabes y si bien con ellos el hecho de nuestra relación tampoco depende de sus cambios políticos, tan del país son el gobierno como la oposición, si hemos de estar comprometidos con su ‘normalidad’ institucional y con sus ciudadanos.
Primero fue Cuba y ahora es Venezuela, el país donde un cambio de gobierno en España implica una postura contraria a la habitual. Pasamos de no intervenir, de mantener nuestra amistad entre países, a dejar claro con gestos muy tasados nuestra repulsa a aquellos gobernantes cuyo comportamiento es deleznable. Romper lazos no, pero si manifestar no solo nuestra preocupación, sino también nuestra repulsa a determinados gobiernos. Para ello nuestros gobernantes deben tener clara la situación y también las exigencias a las que no se debe renunciar. La diplomacia española, ahora PSOE y Podemos, ha cambiado de actitud frente a Maduro y sigue ahora a Zapatero frente a Almagro y, aunque no por el momento, acabará modificando las postura inflexible, condena de los jerarcas chavistas por crímenes de lesa humanidad, mantenimiento de las sanciones y apoyo a la oposición democrática, de la UE frente al régimen de Maduro, lo cual como mínimo supondrá darles oxígeno y tiempo para seguir avanzando en la destrucción de su país.
No entiendo nada. ¿Tan difícil es mantener los principios con los países hermanos? ¿Alguien me lo explica?