Imaginen un país organizado del siguiente modo: Dos grandes tinglados, uno rojo y uno azul, que reproducen comportamientos más o menos iguales con sutiles diferencias. La organización azul está dirigida por una cúpula que, cada cierto tiempo, convoca a sus dirigentes regionales para elegir a su jefe, que se presenta con una conjunto de vocales ayudantes (Poder de partido). Una vez elegido el mandamás, tiene la potestad de influir para ir retocando todos los responsables de la organización regional y estos a la local que, al cabo del tiempo, serán los responsables de volverlo a votar para mantenerlo en el puesto.
A su vez, este superlíder, influye y tiene la última palabra en presentar, para su ulterior votación pública, a todos los representantes de su organización con derecho a ser elegidos como representantes del pueblo en el órgano supremo legislativo (Poder legislativo), las Cortes Generales. Estos representantes, junto a los de la organización paralela y casi idéntica, el tinglado rojo, escogen a uno de los dos jefes, el que más representantes tenga, para que, según su saber y entender, como Presidente forme el Gobierno del país del que estamos hablando (Poder ejecutivo). En simultáneo, el jefe de cada uno de los partidos decide y escoge, de acuerdo con el otro jefe, a quien debe dirigir y componer el órgano de dirección de los jueces (Poder judicial), que casualmente, al mismo tiempo, preside el tribunal más importante del país analizado y que, por suerte, es el único que puede juzgarles a ellos.
La única opción distinta posible, ya se encargan ellos de que así sea, es que tenga más votos el rojo y sea él el elegido para hacer tres cuartos de lo mismo. Esto es España y al procedimiento, a este cachondeo de tres en uno, ellos le llaman democracia.
Pos a ver si nos ponemos mano a la obra y lo cambiamos.