El hecho es que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, participó el sábado pasado en una reunión con presidentes provinciales del PP para explicarles los detalles de la reforma de las administraciones públicas. Les resumió el intento diciendo que esta Ley buscaba la eficacia, la eficiencia y la cercanía con los ciudadanos. Es loable proponer que la administración sea eficaz para lograr lo que se pretende de ella, es lógico que sea cercana puesto que su objetivo son los ciudadanos, pero no olvidemos que la clave está en que sea eficiente y consiga los máximos logros con los mínimos recursos.
La tendencia natural de toda administración, al menos en nuestra España, es ser poco eficaz, nadie le pide cuentas, es alejarse del ciudadano, los ve más como súbditos que como clientes, y no buscar la eficiencia, no tiene dueño concreto. De la misma manera que cualquier avance en este sentido será de agradecer, tengo claro que salir de la crisis sin haberla mejorado, adelgazándola, seria una salida en falso y totalmente pasajera.
La vice resumió su intervención diciendo “ha llegado la hora del sacrificio de los políticos”. Bien, mucho ha tardado en llegar esta hora. Es momento, aunque solo fuera por ejemplaridad, del sacrificio de los políticos: en su propia piel y en la de sus parientes, de sus amigos, de sus ayudantes, de sus asesores y de toda la caterva de enchufetas que pululan por los alrededores de la administración española haciéndola generosamente obesa.