El hecho es que la familia Aznar-Botella, en un acto del todo inusual que más bien les honra, abonarán las más de 200 clases de golf que recibieron en 2001, y que el Ayuntamiento de la capital, a través de la empresa mixta Club de Campo, costeó por valor de algo más de 9.000 euros.
En un comunicado del propio Club de Campo se califican estas clases como una «atención de cortesía» y se aclara que por ello «en ningún caso se comunicó a la Presidencia del Gobierno que esa actividad a cargo de un instructor empleado por el club debiera ser remunerada” entre otras cosas porque el técnico encargado no debía actuar “como un acto privado distinto de las tareas propias de su puesto de trabajo», dando a entender que se pasó de listo y el Club, vaya desastre de administración, pagó sin discutir el hecho.
No voy a entrar en la eficacia como enseñante del instructor, ni en su pillería al facturar las horas ya abonadas. También omitiré mi juicio sobre las resistencias de este digno alumnado al aprendizaje de tan sutil deporte, o el grado de excelencia alcanzado al final de tan magna dedicación. Doscientas horas me parecen simplemente una pasada. Si diré que me llama poderosamente la atención la desvergüenza con la que se expone el concepto: clases de “cortesía” que no hace más que evidenciar que el gratis total, se ve y se toma con absoluta normalidad en ciertos ámbitos de poder político cuanto no simplemente social. ¿A que cargo público de cierta relevancia se le pasa por la cabeza costearse de su bolsillo algo?
La guinda a la cuestión la puso sin duda un personaje entrañable y de lo más bondadoso y simpático como es el ex alcalde de Madrid, José María Alvarez del Manzano, que frente a un micrófono cabroncete ofrecía su ayuda a Ana Botella para superar este bochornoso trance diciéndole: «Pues tú di que eso es falso y échame a mi la culpa». Comentario inocente pero muy propio de la clase política española donde no importa lo que hagas sino que no se sepa y, una vez trasciende a la opinión pública, lo único importante es si el marrón se lo puede llevar otro con menor compromiso de futuro. ¡Joder, qué tropa!