El hecho es que el famoso torero José Ortega Cano ha sido condenado hoy a dos años y medio de cárcel por ‘homicidio con imprudencia grave’ y un delito contra la seguridad vial, al conducir a 125 km/h en una vía limitada solo a 90. También estaba acusado de conducción temeraria, delito del que ha sido absuelto pues, a pesar de marcar una tasa de 1,26 gramos de alcohol por litro de sangre -el triple de lo permitido-, se ha declarado la prueba como nula, dado que se rompió la cadena de custodia de la prueba en el hospital donde Ortega Cano ingresó. Además de los dos años y seis meses de cárcel, se ha condenado al maestro a indemnizar a la familia de la víctima con 160.000 euros para la viuda y la retirada del carné de conducir durante otros 3 años y seis meses. Ahorrar en taxi muchas veces sale caro: cuesta una vida, euros y cárcel.
Si bien los familiares de la víctima dicen estar moderadamente satisfechos al suponer la condena la entrada a la cárcel para el diestro, al igual que Ortega Cano, han recurrido la sentencia aunque por motivos bien distintos. El matador recurre para intentar eludir la cárcel y la familia de Carlos Parra, la víctima, porque en el caso de validar la tasa de alcohol la indemnización ascendería muy jugosamente. Nada que objetar en ambos casos.
La verdad, me cuesta ponerme en la piel de la familia del difunto para valorar la sentencia atendiendo solo al hecho de que el diestro iba a ir o no a la cárcel. No acabo de entender este afán para que él que la hace la pague todo lo que pueda y más. Una vez más estamos frente a un famoso que, si bien metió hasta el fondo la pata -lo que costó una vida-, merece que se aplique la justicia, no más. Un buen abogado hace maravillas y una chapuza, descuidar la prueba de la alcoholemia lo es, se carga una acusación; pero desear que el culpable sufra lo máximo, sin duda se carga el corazón del que lo procura. Justicia toda y para todos igual, pero saña… ¿para qué?