No entiendo nada. Ya sé que estamos en fechas navideñas y que, de alguna manera, por los poros nos entran, además de las prisas por «cerrar temas”, la paz propia de la festividad. Como dice el actor Arturo Fernández, son fechas en las que «se aprende que ninguna leña calienta más que el cariño».
Pues bien, soy de los que piensa -y no me importaría quedarme solo pensando así- que estas navidades han helado el Congreso de los Diputados y con el nos han helado a todos. La aprobación de la ley del aborto -me importa un pimiento cómo la han llamado- me deja helado, avergonzado y me da asco la ley y me dan pena los que la han apoyado. No hace falta que siga calificando el estado de ánimo en el que me encuentro. Soy biólogo, y cuando en mi época militante universitario luché contra la pena de muerte, tuve claro que era imposible no estar contra el aborto. He leído esta mañana el artículo de Duran Lleida en La Razón, lo he buscado adrede, pues me habían hablado de él. «¡Olé tus cojones!». Hace falta tenerlos para, desde la política, decir esto y, si no, que se lo pregunten a los responsables del PNV.