La noche electoral Albert Rivera y sus Ciudadanos pasaron malos momentos. Si bien, objetivamente, de no existir en el Congreso pasaron a tener una representación nada despreciable, estaban tocados dado que no tuvieron los resultados acorde a las expectativas preelectorales y, sobre todo, no eran la llave sino que, más bien, podían quedarse en el banquillo.
Rivera, lejos de amilanarse y desaparecer en espera de tiempos mejores, vista su situación, cuarto partido sobrepasado por Podemos, resurgió de sus cenizas y acabó muñendo en discreto el primer gran pacto de la legislatura: La Mesa del Congreso.
El teórico menos ganador de las elecciones, el que estaba en tierra de nadie y el que, de haber otros comicios, podría perder diputados a mansalva, había conseguido que PP y PSOE, incapaces de hablar y de sentarse, cerraran un acuerdo en la Mesa del Congreso que visualiza que, en política, el ruido, lo que se dice, no suele coincidir con los hechos, los que se hace.
No entiendo nada. Si Rivera ha sido capaz de muñir el primer gran pacto de legislatura, ¿no estará también ahora, desde una posición centrada, buscando el acuerdo entre PP y PSOE para la investidura? ¿Alguien me lo explica?