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En Cataluña pasan muchas cosas, demasiadas, y la olla a presión en que se ha convertido hoy puede estallar en cualquier momento. Cuarenta años de ingeniería social producen unos prejuicios que son muy difíciles de combatir, sobre todo si aquellos que deberían hacerlo no lo hacen o bien lo hacen cada uno por su cuenta y contradictoriamente entre ellos. La reacción de los ciudadanos catalanes ante la sentencia del ‘procés’ podría resumirse en tres colectivos: aquellos para los que el ‘procés’ es su vida -viven por, para y del ‘proces’, y ahora solo les cabe un salto hacia delante-, aquellos para los que el procés es su muerte -muerte civil, que llevan años soportando como víctimas del virus separatista y confiaban en que las aguas lentamente irían volviendo a su cauce-, y aquellos que ni fu, ni fa -aunque desgraciadamente muchos de ellos no entienden la sentencia y la ven a todas luces excesiva-. Hablaré de estos últimos porque, preguntados, su respuesta siempre es la misma: si no han robado, ni violado, ni matado, ¿por qué tanta cárcel? Cuando en un país la inmensa mayoría de los ciudadanos no han sido en absoluto educados en el patriotismo, es muy difícil valorar que ‘batallitas’ territoriales, por mucho que la justicia las tipifique de rebelión, sedición o lo que sea, sean delitos graves que merezcan penas de este calibre. Pocos de estos ciudadanos se plantean que al margen de robar, matar y violar, existen muchos más delitos y que la ‘patria’ es un bien jurídico protegido, por que atentar contra ella es atentar contra todos sus individuos.
No entiendo nada. Sin una base ética seria, ¿Cómo se puede esperar un comportamiento bueno? ¿Alguien me lo explica?