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Los que hemos vivido muchos “Pellegrinis” (Gran Premio Carlos Pellegrini, principal acontecimiento hípico del Rio de la Plata), consideramos que no estamos “viviendo” una pandemia, sino que somos “testigos” de ella. Podemos catalogarla de tesis final, o un postgrado de nuestra carrera experiencial; algo totalmente distinto a lo que hemos visto hasta ahora, pero sin embargo nuestras andanzas por la vida nos dan algunos elementos para analizarla.
Cuando algo terrible, sorpresivo y desconocido nos ocurre, del cual ignoramos su principio y su final, produce que abandonemos todo lo que nos preocupaba y ocupaba y nos aboquemos a combatir, o por lo menos a opinar, sobre la amenaza que nos cubre, cuestión esta que ha ocurrido sin lograr ninguna conclusión, luego de tres meses de caer estrepitosamente nuestra calidad de vida, nuestras libertades, nuestra economía y los parámetros de nuestra sociedad, viendo partir a parientes y amigos que no merecían un final así.
El virus está reduciendo sus consecuencias, animando a todos a encarar un camino de vuelta a nuestra vida anterior, pero con un problema de fondo, que consiste en un “ruido en la línea” del fantasma de la posible pérdida de los valores del 78, que estaría aprovechando la situación para colarse en nuestras vidas, siendo más peligroso que una pandemia, que tarde o temprano tendrá su final.
Esperemos no ser víctimas, ni siquiera testigos, de un cambio de régimen que provoque el trágico final de cuarenta años de prosperidad, de esperanza en el futuro y de ejercicio de los derechos y deberes de la democracia.