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Fallo institucional
Ante los desastres, tendemos a buscar culpables concretos. Esas personas con frecuencia existen, pero las razones de que puedan hacer (o permitir) daño, no son solamente personas. Son conjuntos de normas y procesos. Son instituciones.
Una epidemia bien visible, de la que se informaba a diario en televisión, ha sido ignorada hasta mucho después de la fecha razonable. Hasta el responsable del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, el señor Fernando Simón, se ha plegado a las prioridades políticas de un gobierno populista. Un gobierno plagado de “ninistros”, personas cuya cualificación para ocupar un puesto de tanta responsabilidad no incluye ni conocimiento ni experiencia relevante en sus áreas, y de sectarios como Marlaska. Un gobierno incapaz de imponer a tiempo sus competencias en materia de sanidad por miedo a la resistencia de sus socios nacionalistas, y adicto a medidas de alarma que otros países no han visto necesarias.
Ese gobierno ha llevado la manipulación informativa hasta tal punto que ni sus medios afectos han podido seguirles la corriente sin perder completamente la credibilidad. Y eso ha dejado al descubierto no sólo la desnudez de la gestión del gobierno, sino todo el entramado tejido desde hace décadas para arropar al poder desde los medios de comunicación.
El resultado de esto (y dejemos Europa para otro día) puede ser serio. La ciudadanía ya estaba bastante desencantada con el sistema político e institucional, en buena parte por los esfuerzos populistas en desacreditarlo, pero también por el éxito de los partidos de siempre en parasitarlo. Ahora la desconfianza hacia política y medios de comunicación se ha disparado; lo reconocen hasta el CIS y El País. La gente sabe que está mal gobernada y que los medios han jugado un papel clave en ello. Y al mismo tiempo, la defensa de los partidos en el gobierno es una radicalización en el mensaje que descalifica a quien les critica.
El problema no es personal. Sánchez es el resultado, la última criatura del sistema. Se trata de una maquinaria legal e institucional que permite que un Sánchez llegue a dónde está a pesar de sus actos. Que no pide cuentas por lo que hace, ni él ni sus socios nacionalistas. Que permite la manipulación del poder judicial, pese a sentencias firmes. Que permite los oligopolios en los medios, pese a la ley. Que tolera agencias de información pública que mienten abiertamente sobre delitos de diputados del gobierno. Que permite que partidos nacionalistas varios ignoren la igualdad ante la ley (y las sentencias que no les gustan). Que permite que “el mérito y la capacidad” en las administraciones pesen mucho menos que el dedo que las dirige. Que tolera una ley electoral que retuerce los objetivos constitucionales al dar el poder al partido y no al diputado, e ignora la obligación de proporcionalidad. Que pone a las instituciones al servicio de los partidos, en resumen, y los partidos al servicio de sus dirigentes.
Esas instituciones inermes nos han fallado masivamente ante la peor crisis de los últimos tiempos y la han multiplicado (centuplicado, respecto a otros países). No se va a arreglar cambiando a Sánchez por Robles, salvo que se cambien también las reglas de juego. O seguiremos cavando el mismo agujero, esperando a la siguiente crisis.
La respuesta puede ser regeneración y reconstrucción, o puede ser populismo. A día de hoy no veo partidos que reflejen en su organización el deseo de un país que funcione como debe, sino criaturas del sistema que lo ha traído aquí. Y no veo una sociedad civil potente que pueda expresar la demanda de cambios. Esperemos que las cosas cambien.