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LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
No voy a referirme, querido Josep María, a la célebre novela de Gustav Flaubert, cuyo segundo centenario se conmemora este año, sino a la obra que con el mismo título publicara Julián Marías en la ya lejana fecha de 1992, hace un cuarto de siglo largo. En ella exponía el filósofo vallisoletano su preocupación por el prosaísmo entonces dominante en detrimento de la lírica en la educación. “El lirismo –decía- se ha convertido en patrimonio de poetas y eso produce avitaminosis en quienes no lo son”.
Hace unos años me preguntaron en un medio de la “cacharrería digital” ésta que nos envuelve, si consideraba importante leer poesías. Y uno, que es hijo y nieto de educadores, como –mutatis mutandis- Antonio López Camborio era hijo y nieto de gitanos, respondió: “Sí, sin lugar a dudas”. Y eso porque, además de que en mi lejana infancia y primera juventud las aprendíamos de memoria y las recitábamos en la escuela, tenía reciente la lamentación de Marías acerca de que “[…] los niños españoles de hoy no saben poesías”. Y si no las saben es porque no se las enseñan. Hoy ni siquiera se les muestra el camino para encontrarse con la Poesía –con mayúscula- como expresión del sentimiento, precisamente; como expresión de la belleza. Sí, antes se enseñaban, se aprendían y se recitaban poesías. Cosas del viejo concepto de educación que se profesaba en colegios e institutos nacionales de enseñanza media a todos los niños y muchachos de España. Imposible olvidar a tantos maestros profesores y catedráticos de Instituto dedicados vocacionalmente a la educación integral de los jóvenes.
La forma poética no es sino un valor añadido a la expresión literaria, a lo que también podría decirse en prosa. Pero es algo más. Como ningún otro género literario, la poesía busca la belleza, y la belleza origina la emoción: la emoción estética ajena a toda finalidad material o utilitaria. La belleza física, no exenta de intención espiritual, se expresa sobre todo a través de la escultura, la pintura o la arquitectura. Solemos hablar así de estas bellas artes como artes plásticas. La poesía, en cambio, más quizá que la prosa, se sirve de las palabras como elemento constructivo para suscitar nuestra emoción, asistida por esa capacidad humana incomparable que llamamos imaginación.
Rima, estrofa y poema ordenan las palabras en este género literario para, como digo, elevar nuestro espíritu y suscitar mágicamente nuestra imaginación. Pero ¿cómo definir la poesía, forma privilegiada para expresar lo puramente sentimental? La célebre rima de Bécquer viene inevitablemente a la memoria: “¿Qué es poesía? dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul; / ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?/ Poesía eres tú”. Pocas “definiciones” de lo que es la expresión poética a través de unos pocos versos –si alguna-, resultan más intuitivas y certeras que ésta del vate sevillano. En efecto, como decía Juan Ramón Jiménez, la poesía es “la voz de lo inefable”.
Pero, abusando de tu paciencia, como siempre, querido Josep María, te preguntarás a dónde pretendo llegar. Sencillamente, quiero destacar que la poesía, como la literatura en general, contribuye eficacísimamente a la educación sentimental que demandaba Julián Marías, sobre todo en las etapas escolares primaria y media. Resulta inconcebible la pobreza de los actuales planes de estudio correspondientes a estas etapas. Las poesías se aprendían antes ya en el parvulario, pues nada hay más accesible a los niños que los valores envueltos en el ritmo de la rima.
Quiero destacar, Josep María, que la educación, concebida hoy como objeto manipulable por el Estado de Partidos –por los partidos mismos y sus respectivas ideologías-, ha ido perdiendo su significación auténtica. Destacaba el profesor García Hoz que el proceso educativo, como indica la propia etimología de la palabra educación, posee un manifiesto carácter de interioridad o profundidad. Las voces latinas ex y duco, de las cuales se deriva este término, “apuntan a la potencialidad interna del hombre que la educación ha de actuar y hacer aflorar al exterior”. El proceso educativo se relaciona con los conceptos de perfeccionamiento, despliegue de potencialidades, acrecentamiento de los recursos del ser, organización de ideas, hábitos o tendencias, según destacaba el insigne pedagogo impulsor de la enseñanza personalizada en España. Todo lo cual es absolutamente ajeno a la ideologización colectiva (de fuera a dentro) que viene llevándose a cabo en España mediante las sucesivas reformas educativas, desde 1980 (LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE, LOMCE, y LOMLOE, en 2021). Ideologización colectiva, no personalizada, sino estandarizada, insisto: la pretendida por los diferentes partidos políticos según sus propios objetivos de ingeniería social. En este caso, los propios de los pertinaces partidos de la izquierda que sobrellevamos sin demasiada dignidad. Dicho sea de paso.
No han de extrañar, por tanto, los contenidos previstos para los currículos escolares a partir de la reciente LOMLOE. Tras la estatalización de la infancia proclamada por la señora Celaá (“…los hijos no son de los padres”, declaró la ex ministra y pretendida embajadora ante la Santa Sede), dichos contenidos muestran el paso definitivo hacia la educación (¿?) en el sentido partidista señalado, hacia la revolución antropológica pretendida por la izquierda, la auténtica revolución consentida, cuando no secundada, por la indolencia de los partidos integrantes de eso que llaman el centro-derecha. Así, la nueva normativa escolar consolida la tóxica orientación LGTBI; las inconstitucionales inmersiones lingüísticas (que han dado lugar a la esperpéntica creación “in vitro” de neo-parlas como el bable); el paso definitivo hacia la fragmentación nacional (“Cataluña inunda sus bibliotecas infantiles de cuentos secesionistas”, rotulaba hace unos días cierto rotativo); la disruptiva secuenciación de la Historia de España, que arrancará de 1812, omitiendo la exposición del Al-Andalus, del extenso periodo visigótico, de la Reconquista, de la brillante época de la España católica de Isabel y Fernando, y de la de los Austrias; la eliminación de la Filosofía –fundamento esencial de todo sentido crítico-, la cual ha dado lugar a la inédita manifestación colectiva de los profesores de esta materia; y un largo y lamentable etcétera.
En definitiva, nada parecido a la “educación sentimental” y personalizada a las que antes aludía. No va a tratarse, ciertamente, de coadyuvar a la afloración de las buenas potencialidades del educando, a las virtualidades subjetivas a las que se refería el profesor García Hoz, sino de imponerle, desde fuera, un “traje de confección” o, mejor, un “uniforme” a la medida de unos objetivos ideológicos sectarios y preconcebidos.
No te distraigo más, Josep María. Con el permiso de frau Ursula Von der Leyen y de la Comisión de la UE que la misma preside -sin que, por cierto, la haya elegido nadie-, te deseo una muy feliz Navidad y un año 2022 libre de las angustias políticas y sanitarias que nos atenazan.
Un fuerte abrazo pascual.
Leopoldo Gonzalo y González. Catedrático de Universidad. Correspondiente de las Reales Academias de Jurisprudencia y Legislación y de la Historia.
Muy de acuerdo. Mi duda es si los resultados que prevén los ideólogos del actual sistema educativo serán los que esperan??
Hace algunos años encontré y adquirí en una librería de la Cuesta Moyano de Madrid uno de esos viejos libros de ediciones pasadas y agotadas que no se venden en modernas librerías y que se encuentran así por sorpresa rebuscando entre libros antiguos, al precio de 1 euro.
Cuando menos su contenido hace reflexionar.
Su autor: Everett Reimer.
El título: “La escuela ha muerto”.
Alternativas en materia de educación.
Barral Editores SA Barcelona 1973 (2ª edic 1986).
¿De que trata el libro?:
A la misma distancia de la tradicional idolatría que de los planteamientos críticos parciales o basados en determinados aspectos, la exposición de Everett Reimer nos acerca a conclusiones radicales: nuestros costosos y monopolísticos sistemas de educación consisten en instituciones cuya función final es la esclavización intelectual y emotiva de la infancia y la deformación sistemática de sus sujetos sometidos a una universal disciplina represiva.
El libro valora los sistemas educativos no a partir de las situaciones que han establecido en el presente sino de la consideración de sus supuestas finalidades haciéndonos conscientes de su inevitable fracaso.
Nuestra concepción actual de la educación debe de ser sustituida por una pluralidad de alternativas radicales dirigidas a la consecución de una sociedad verdaderamente libre.
Este libro es fruto de una conversación del autor con Iván Illich continuada a lo largo de quince años.
Hablaron de una infinidad de cosas, pero de manera especial acerca de la educación y la escuela, y, consiguientemente, acerca de las alternativas a las escuelas.
Illich y el autor se conocieron en Puerto Rico, adonde el autor llegó en 1954 como secretario del Comité de Recursos Humanos del gobierno de la Commonwealth, con el encargo de evaluar las necesidades de la isla referentes a la mano de obra y de recomendar un programa educativo para hacerles frente.
Por entonces Puerto Rico se hallaba en el curso de una rápida industrialización y los cálculos del autor demostraban que, para satisfacer las necesidades de mano de obra de la economía según habían sido estimadas, las tasas de deserción tendrán que declinar a lo largo de todo el sistema escolar.
Se hizo todo lo posible para reducir dichas tasas, y prácticamente declinaron durante un tiempo, pero muy pronto se puso de manifiesto que la declinación no había tenido lugar a expensas de los estándares de cada nivel y que por lo tanto no tenía sentido.
Illich llegó a Puerto Rico en 1956, a petición de Cardenal Spellman, con el objeto de organizar un programa de entrenamiento para los sacerdotes neoyorquinos de parroquias inundadas de inmigrantes puertorriqueños.
En 1960, Illich abandono Puerto Rico y se fue a México, uniéndose el autor del libro a la Alianza para el Progreso. Ambos comenzaron a estudiar los problemas de la educación hispanoamericana casi al mismo tiempo, resultando que éstos eran similares a los problemas de Puerto Rico, salvo que a una escala inmensamente mayor.
Afirmar que las escuelas enseñan conformismo y también a ser mas astutos, que el juego no es una contradicción. Ser mas astuto que el juego es una forma de conformidad. Habrá maestros que se preocupen por lo que el niño aprende, pero los sistemas escolares únicamente llevan registro de las notas que el niño obtiene.
La mayoría de los niños aprenden a cumplir los reglamentos que las escuelas son capaces de plantear, y a infringir aquellos que no pueden ser coactados. Pero también diferentes estudiantes, aprenden de diferente manera a conformarse o a ignorar las reglas y aprovecharse de ellas. Quienes las ignoran en su totalidad se convierten en desertores, y lo que aprenden fundamentalmente es que ellos no pertenecen ni a la escuela ni a la sociedad que ella representa.
Los que se conforman con los reglamentos llegan a ser productores y consumidores dignos de confianza de la sociedad tecnológica.
Los que aprenden a ser mas listos que el juego se convierten en los explotadores de esa sociedad.
Aquellos a quienes la disciplina escolar les toca de refilón, aquellos que ejecutan sus deberes con facilidad y tienen muy poca necesidad de violar las reglas, son los menos afectados por la escuela. Son, o se convierten en los aristócratas sociales o en los rebeldes.
Eso es de cualquier modo lo que sucedió antes de que las escuelas comenzaran a desintegrarse.
Actualmente hay estudiantes de todo tipo que se unen para pedir salida y las escuelas participan de un revoltijo similar para tratar de reconquistar de cualquier forma a los desertores.
(1973)