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VOX, LA OPOSICION CONSISTENTE, COHERENTE… Y CONVINCENTE
Concibo la profesión universitaria como ajena a toda militancia partidista. Y así he logrado mantenerme, al margen de la disciplina de cualquier partido, no sólo durante mi ya lejana vida discente, sino también durante los cuarenta y tres años de docencia en la que llamábamos Universidad Española. Y conste que no han faltado invitaciones para que me incorporara a más de una agrupación política. No censuro, por supuesto, a muchos colegas que optaron –ocasional o indefinidamente- por lo contrario. Nada que objetarles. Es más, creo que sería espléndido que fueran más numerosos los que ejercitaran esa opción, siempre que fuese sólo para enriquecer con sus conocimientos y buen sentido la manifiestamente mejorable vida política de española.
¿Quiere ello decir que he sido indiferente a las distintas posiciones ideológicas o a la actuación de los diversos partidos políticos? No, desde luego. Lo que sucede es que pienso que desde la tarima del aula sólo han de exponerse contenidos rigurosamente científicos, sin por ello renunciar, claro está, a la siembra de inquietudes con el debido respeto al juicio y a la independencia de criterio de los alumnos. Decía Viktor Frankl que ni Treblinka ni Maidanek habían sido preparados fundamentalmente en los Ministerios nazis de Berlín, sino mucho antes, en las mesas de escritorio y en las aulas de los científicos y filósofos nihilistas. Y eso es, precisamente, lo que hay que evitar. El adoctrinamiento político no es misión de la Universidad. Lo que sucede es que desde mi actual condición de miembro de las beneméritas clases pasivas del Estado, ya no me considero tan obligado a la reserva de mis propias opiniones, por discutibles que estas sean.
Dicho lo anterior, conviene hacer algunas precisiones terminológicas. En el Estado de partidos (“hoy no hay más naciones en Europa, sólo partidos”, como dice mi admirado Ruiz-Quintano), los conceptos derecha e izquierda, y no digamos centro, a fuer de polisémicos ya casi no expresan nada. Y no se diga si pretendemos aplicarlos a la realidad política comparada entre los diferentes países. En relación con Albert Rivera, el líder de Ciudadanos desaparecido en combate, un diario madrileño opinaba que “podría ser un líder de centro-izquierda, aunque algunas opiniones lo colocan en el centro-derecha, y otros en el centro”. No es extraño, pues, que el ingenio popular haya podido acuñar el término centro radical, o sea, centro-centro o centro elevado a la enésima potencia. Lo cierto es que tan confusas etiquetas se colocan según convenga y con diversa intención. A VOX le han colgado el sambenito de ultraderecha. Resulta que al PP, que se define a sí mismo como centro-derecha, le han asignado la etiqueta de derecha pura y dura (¿dónde se encontrará la derecha, sin más?). Y, es curioso, la izquierda, siempre orgullosa de su pretendida superioridad moral (¿?) no tiene a su siniestra ninguna ultraizquierda, sino a los radicales. Cosas de la semántica y la taxonomía políticas.
Por lo que enseguida diré, interesa todavía alguna aclaración terminológica más. Me refiero a los adjetivos consistente, coherente y convincente. El primero de ellos alude a “lo que tiene consistencia”, lo que en una primera acepción equivale a lo que posee “duración”, “estabilidad” o “solidez”. El segundo adjetivo es “coherente”, es decir, en general, una cosa que guarda “relación lógica con otra”. Y a partir de aquí, podemos concluir que algo resulta “convincente” cuando nos convence, precisamente por su solidez y clara conexión lógica con algo que estimamos bueno. La Doctrina Social Católica proporciona un concepto de lo que en política es bueno: la consecución del bien común, entendido éste como “[…] conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Gs, 26).
Bien. Pues creo que ya tenemos una base para justificar el título que encabeza estas líneas. Consideradas las cosas objetivamente, lo primero que hay que decir es que VOX no es ultra ni, mucho menos, anticonstitucional. Por lo dicho más arriba, me resisto a ubicar a VOX dentro del confuso espectro de eso que llaman el arco parlamentario. No vale la pena. Pero lo que sí parece evidente es su rigurosa constitucionalidad. Cabría incluso afirmar que quizá sea la agrupación política más constitucional de todas, sin perjuicio de que propugne la reforma de la Constitución, siguiendo siempre el procedimiento que la misma Constitución prevé, o sea, por vía escrupulosamente constitucional. Como tampoco veo inconstitucionalidad en su propuesta de recuperar las competencias indebidamente transferidas a las comunidades autónomas (educación, sanidad, orden interior, justicia…). La reforma del llamado “Estado compuesto” (más bien descompuesto) de las Autonomías, es una propuesta fundamentada en sus gravísimas disfunciones, no sólo en términos de eficiencia (eficiencia significa eficacia al mínimo coste), sino de estricta convivencia nacional. Acertada fue la afirmación de Santiago Abascal acerca de que “el Estado de las Autonomías nos empobrece y nos enfrenta”. En esto creo que hay un amplio “consenso” social, siempre que no sea el profesor Tezanos el encargado de medirlo.
La reforma de la vigente Ley Electoral con el propósito de establecer una circunscripción electoral única no supone otra cosa que dar efectivo cumplimiento al principio constitucional de igualdad entre los españoles, liberando al sistema del excesivo y distorsionante peso de ciertas minorías territoriales, separatistas o no. Constante es el chantaje que esas minorías ocasionan al interés común. No es posible, por ejemplo, aprobar los Presupuestos Generales del Estado sin su consentimiento, frecuentemente otorgado a cambio de concesiones que nada o poco tienen que ver con la propia materia financiera estricto sensu. ¿Cuál habrá sido el precio convenido a pagar por el Gobierno al PNV y a EH Bildu por sus votos para conseguir la aprobación de la quinta prórroga del estado de alarma? Ni la teoría de la elección colectiva más elaborada es capaz de explicar las dificultades que en España se oponen a la elaboración de unos presupuestos públicos óptimos en los términos de las auténticas necesidades de la sociedad española. Además, como acaba de escribir el profesor Fernando Suarez en las páginas ABC, “[…] hay que pedir, por lo menos, la derogación de ese funesto inciso del artículo 96.2 [de la referida Ley] que anula el voto emitido en papeletas en las que se hubieren modificado, añadido o tachado nombres de candidatos comprendidos en ellas o alterado su orden de colocación […] eso bastaría para que algunos de los elegidos que actualmente se callan y palmean recuperaran su propia estimación”. Pero esto no interesa a los políticos cómodamente instalados en las poltronas de nuestra deficiente democracia representativa. Y vuelvo a Ruiz Quintano, se explica así “[…] el Estado de partidos, enemigo de la Nación que se revuelve contra la ruina aporreando cazuelas”.
En cuanto a la consistencia de la posición política de VOX, basta con repasar su programa electoral para comprobar la adecuación del mismo al modelo de economía social de mercado que consagra la Constitución, empezando por la recuperación de la unidad del propio mercado. La fijación realista del mínimo exento familiar y la atemperación de la progresividad en el IRPF, así como el tratamiento fiscal de las pensiones y la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio, pieza central de la demagógica doctrina tributaria de la izquierda, constituyen, digo, otras tantas muestras de racionalidad y moderación en este ámbito. La defensa del español como lengua vehicular obligatoria en todo el territorio nacional y el carácter opcional de las lenguas cooficiales, como el reconocimiento del llamado pin parental para garantizar el derecho de los padres a consentir explícitamente la impartición de contenidos extracurriculares a sus hijos, son también propuestas difícilmente objetables. Y difícilmente también merecen rechazo propósitos como la ilegalización de los partidos separatistas (así lo establece, por ejemplo, el artículo 21.2 de la Constitución Alemana); la derogación de la aberrante Ley de Memoria Histórica; o la sustitución de la inconstitucional Ley de Violencia de Género por una Ley de violencia intrafamiliar.
La ordenación responsable de la inmigración es otra de las cuestiones que sólo VOX parece abordar con determinación, en contraste con el silencio o la oposición de otros partidos políticos, cuyos intereses nada tienen que ver con “ordenar las cosas”, precisamente. La suspensión del espacio Schengen mientras no existan garantías para impedir que sea aprovechado por las mafias que propician la inmigración ilegal, va en esa misma dirección. No es necesario insistir en la gravedad del problema en relación con el orden público y la misma identidad cultural de la nación.
Si los propósitos de VOX parecen consistentes, la coherencia de su acción política en la promoción de los mismos y en la defensa del Estado de Derecho resulta ser, además, contundente. No se limita a la simple denuncia, sino que se materializa en concretos recursos de inconstitucionalidad -como los ya admitidos a trámite en relación con el disparatado tamaño del Gobierno y la multitud de entidades, estructuras y cargos superiores del él dependientes; y sobre el manejo del estado de alarma, ya en su quinta prórroga-, así como en querellas contra el ministro del Interior, el secretario de Estado de Seguridad y la directora general de la Guardia Civil, por su interferencia en el proceso judicial contra el delegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid. Y, sobre todo, ¿Quién sentó en el banquillo, ante el Tribunal Supremo, a los golpistas catalanes de octubre del 17? ¿Fue acaso el partido que entonces gobernaba España?
Otra muestra edificante de la coherencia del partido de Abascal ante la torpeza del actual Gobierno para afrontar la crisis sanitaria, económica y social derivada del la pandemia del covid-19, ha sido su propuesta de constituir un Gobierno de emergencia nacional formado por personalidades de reconocida capacidad técnica, y del cual el mismo VOX se autoexcluiría. En suma: consistente, coherente,…y, por ello mismo, convincente VOX.
Fantástico artículo de D. Leopoldo Gonzalo, hace un gran análisis de VOX, con decisión, con valentía.
Estoy de acuerdo con él al 100%
Fui votante del P.P. hasta que el inoperante, cobarde y pusilánime de Rajoy, nos abandonó al pie de los caballos.
Desde hace tiempo soy militante convencido de VOX. VOX tiene entre sus filas excelentes intelectuales (espero que D. Leopoldo sea uno de ellos) que podrían intentar, con éxito, solucionar los problemas de todo tipo que tiene España, político, económico y social. Para ello es necesario que reciban nuestro apoyo en las urnas.
El problema está en que el pueblo español parece que no se lee los programas. Cada vez que oigo a alguien que tacha a VOX de extrema derecha, le pregunto si ha leído su programa, indefectiblemente contestan que no, pero….
La extrema izquierda social-comunista se encarga de desprestigiar a VOX, y eso lo hace muy bien, quizá porque les tiene miedo, pero sabe calar astutamente, con toda clase de falsedades, en el pueblo, pueblo que muchas veces resulta fácil de manejar por elementos desaprensivos.
Muchas gracias por su análisis D. Leopoldo
Me parece un articulo claro audaz, value te, convincente y coherente. Enhorabuena Don Leopoldo. Su amigo Miguel Angel.