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ASALTO POPULISTA AL CAPITOLIO
Todos conocemos la famosa frase de Sócrates: <<Sólo sé que no sé nada>>. Los que además de utilizarla como “cliché” están convencidos de su veracidad piensan, que la convicción de que nuestras ideas son las más acertadas es inversamente proporcional a la inteligencia del individuo, pero permítanme que dude mucho de que esto sea así.
Desde un punto de vista intelectual la modestia constituye un arma esencial para que el público digiera nuestras ideas. Como diría Casio, refiriéndose en este caso a la rudeza de Casca, ambas sirven <<para sazonar su buen sentido y hace que las gentes saboreen más sus palabras y las digieran mejor>>.
En este sentido la seguridad en las propias ideas no constituye ningún peligro, salvo el de que la sociedad atienda más, para bien o para mal, a las formas que al contenido, con lo que el éxito no dependerá de lo acertadas que éstas sean.
Pero en la política, donde al contrario que la ciencia, muchas de las soluciones tienen un carácter consensual, el fanatismo es incompatible con la democracia. Para ser demócrata, no hace falta que dudemos de nuestras convicciones, algo que como he comentado va en contra de nuestra naturaleza, no se trata de ser modestos, se trata de ser pragmáticos.
Si renunciamos al uso de la fuerza para imponer nuestras ideas, como sucedió después de milenios, cuando surgió la democracia liberal, todos deberemos aceptar tres principios.
En primer lugar, la experiencia ha demostrado que la mayoría no tiene por qué tener razón, son muchos los ejemplos que lo confirman, por tanto tenemos que respetar las minorías y poner los medios para que puedan competir y cambiar la opinión mayoritaria.
En segundo lugar, los que pierden, incluso cuando la verdad está de su parte, deben aceptar la derrota y atenerse a las reglas del juego democrático para cambiar la opinión pública.
Por último y más importante, tanto los vencedores como los perdedores del juego democrático, deben respetar los derechos individuales, pues como diría Howard Roark, personaje de la novela “El manantial” de Ayn Rand: <<no reconozco el derecho de nadie a un solo minuto de mi vida. Ni a cualquier parte de mi energía. Ni a ninguno de mis logros. No importa quién lo reclame, cuántos sean o lo mucho que lo necesiten>>.
Los populistas, además del error de creer que la soberanía popular no debe tener límite, ni tan siquiera el de los derechos individuales, no sólo creen que están en posesión de la verdad, sino que esta coincide con la voluntad popular y que ellos son sus únicos y verdaderos intérpretes. Este fanatismo, en el que ningún demócrata milita, es el que les faculta para acabar, no sólo con las minorías, sino incluso con las mayorías cuando no coinciden con la opinión del “líder carismático”.
Los populistas, sea cual sea el “apellido” con el que califican a la democracia, sólo creen en ella cuando les sirve para alcanzar el poder, pero una vez que lo alcanzan se dedican a atacar, desde dentro, los principios democráticos para perpetuarse en él.
El ataque de los “trumpistas” al Capitolio, además de estupor ha despertado las merecidas críticas de toda la sociedad española, incluso el “gran” exportavoz del PSOE Antonio Hernando se ha expresado con estas palabras: <<¿cómo se puede convencer a millones de personas que confían en un mentiroso demagogo que además polariza a la sociedad y la enfrenta convirtiendo al adversario en enemigo? ¿Cómo podemos convencer a esos millones de personas que siguen confiando en personas de esta calaña?>>.
En España todos sabemos a quienes les vienen esas palabras como anillo al dedo ¡quizá por ello y, ante las numerosas ofertas de grandes empleos, dejó su cargo en el partido!
Perdónenme la ironía, pero no he podido resistirme.
Con este tema, la superioridad moral de la izquierda en nuestro país, se ha vuelto a poner de manifiesto. Tanto los políticos como sus terminales mediáticas han puesto el grito en el cielo ante la actitud de Donald Trump, para al minuto siguiente justificar el 17 de octubre en Cataluña, el “Rodea el Congreso” de Podemos o la llamada a la movilización después de los resultados de las elecciones andaluzas del 2018.
La democracia es el mejor sistema de gobierno de toda la historia de la humanidad, pero como demuestran los hechos que comentamos en este artículo, no es irreversible. Incluso en la mayor y más antigua democracia moderna el peligro de involución es real. Increíblemente después de unos años, en los que la democracia ha gozado de un prestigio que parecía incuestionable, nos enfrentamos a nivel mundial y por supuesto en España, a su cuestionamiento.
En nuestro país, tras el 15-M, al populismo nacionalista se ha sumado el de la izquierda radical encabezada por Podemos, así como la necesidad de un Pedro Sánchez dispuesto a cuestionar las reglas del juego democrático, las instituciones del Estado y la propia existencia de España, con tal de mantenerse en el poder.
Ante este peligro, los españoles debemos entender que no es el momento de enfrentarnos para dilucidar si gobiernan los liberales, los socialdemócratas o los conservadores, los ideales políticos que han conformado occidente. En este momento el enfrentamiento que se está produciendo a nivel mundial y más concretamente en nuestro país, es entre demócratas y totalitarios, entre los que defendemos el régimen del 78 y quienes quieren liquidarlo.
Lo realmente preocupante no es su número, 63 diputados de un total de 350. Lo realmente triste es la división entre los restantes 287, incapaces de dejar a un lado sus diferencias y ponerse de acuerdo para defender aquello que debe ser común a todo demócrata que busque el progreso de su país: la libertad, las instituciones de nuestro Estado de derecho y, por supuesto, nuestra propia existencia como país integrante de la UE y la civilización occidental.
Damián Carmona, @DaminCarmona1, Presidente de la Fundación Sociedad Civil, @FundacionFSC, directivo de Sociedad Civil Ahora, @AhoraCivil, y colaborador de Fundación Civismo, @TTCivismo.
En teoría debería ser así y la democracia debería ser un compendio de leyes, normas y situaciones que balancearan el poder para que este no se venciera hacia el poderoso en detrimento del resto, sin embargo ni es ni ha sido así jamás en ningún sitio y en ninguna época.
En principio la democracia es un, quítate tú que me pongo yo para hacer lo que me da la gana y además y como me han votado o yo me he buscado la vida para que eso es lo que parezca, nadie podrá ni siquiera toserme. Porque además, el supuesto adversario no es más que mi cómplice en el negocio
Cuando entre 1808 y 1812 los venales políticos que se habían arrogado unos derechos que no les correspondían. Mientras los españoles morían defendiendo España y al Rey Fernando VII los políticos se constituían en poder y creaban una Constitución que nadie quería ni necesitaba, resultado, la sociedad se fracturó y dos siglos después sigue fracturada, los constitucionalistas de la Pepa, si poder legal ninguno y menos legitimidad de apoyo le dijeron al Rey, quítate tú que en nombre del pueblo me pongo yo y me quedo con el poder.
Y dos siglos después la fórmula permanece, en nombre del pueblo robo, destrozo, miento, me convierto en cacique y hago y deshago a voluntad… eso si, lo hago por tu bien, en nombre de la democracia y la libertad que pisoteo día tras día.
La gente soporta la democracia porque parece que no hay otro medio de regular la sociedad que debería ser el sostén del Estado, no obstante no es así, pero como definitivamente la Democracia es el sistema imperante habrá que organizarla para que el poder de cuentas de su proceder y para que, si comete una tropelía, pague.
La sociedad debe tener los mecanismos adecuados para controlar al poder y desde luego, estos mecanismos deben estar muy lejos de la mano del poder político.
Los políticos, esos golfos depredadores, siempre andan con el cuento de que trabajan por amor «al pueblo» y para ayudar a las gentes, y con ese rollo se forran y destruyen todo lo que no pueden robar, pues bien, como nadie les obliga a «ser la expresión política del sentir ciudadano» deberían saber que quien la hace, la paga. Y si ni están dispuestos a ser fiscalizados… Que hagan carrera en el sector privado, sector en el que si les cogen haciendo algo de lo que hacen amparados en el poder, les cae 30 añitos de prisión como el que no quiere la cosa.
Y si dicen que entonces solo se «meterán» a político los inútiles, que no se apenen, ya están
«En primer lugar, la experiencia ha demostrado que la mayoría no tiene por qué tener razón, son muchos los ejemplos que lo confirman, por tanto tenemos que respetar las minorías y poner los medios para que puedan competir y cambiar la opinión mayoritaria.»
Acierta el Sr. Carmona, no siempre la mayoría tiene razón, por eso recomiendo el interesate ensayo de Jason Brennan «Contra la democracia»Instituto Juan de Mariana-Value School-Deusto, profesor asociado en la escuela de nogocios McDonough de la Universidad de Georgetown, que investiga este «fenómeno» de que todos los votos valen lo mismo. Algo que ya había intuido pero no lo había expresado de manera tan acertada como Mr. McDonough.
Su obra es estupenda sin afectar a la Democracia, simplemente, la mejora. Pensemos en dos personas de este país un sabio y otro menos pero cuyo voto vale lo mismo ¿Es justo?¿»Quién será el Gobierno que le ponga el cascabel al gato»? Un buen Gobierno será.
Buenos días
Me gustaría comentar mi caso de forma privada si puede ser.
Si se pueden poner en contacto conmigo a través del email se lo agradecería mucho.
Un cordial saludo y buen día