Me dice Antonio Casado Mena. Doctor en derecho


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El yoísmo

Ando preocupado. Ciertos modos de comportamiento me tienen anonadado; este auge exacerbado del yoísmo, del mí-me-conmigo, emplastado, sucio e impregnado del hedonismo más frívolo desde los orígenes del sapiens. Ese sentir huero rasga las fibras humanas, las rompe; hombres y mujeres de nuestro tiempo movidos por la apariencia y fieles de la nueva religión que nos hace creer que somos el ombligo del mundo, cuando en realidad no somos nada, tan sólo meros individuos entre miles de millones de personas (más todos aquellos que nos precedieron más los venideros). 

“Vanidad de vanidades”, dijo el Predicador; “vanidad de vanidades, todo es vanidad”, nos recuerda el Eclesiastés. 

«Primero yo, segundo yo, tercero yo y, si sobra algo, también para mí» –dijo el egocéntrico de turno pensando que los astros gravitan sobre él. «Yo soy», «yo he hecho», «yo tengo», «gracias a mí». El famoso «yo, mí, me, conmigo» así como el concederse importancia, el narcisismo y el hablar de uno mismo, que siempre fue plato de mal gusto y de una mala educación soez, está en auge, porque ellos lo merecen todo, inclusive las vacaciones, el ocio, el relax, todos los servicios sociales y derechos infinitos, aunque no trabajen y aporten cero o nada a la sociedad. Lo último que leí fue: «cambié mi alarma a aplausos, así puedo recibir el reconocimiento que merezco por levantarme temprano otro día para trabajar». 

Este modo de comportamiento que atenta contra la naturaleza del hombre, contra su propia alma y contra los principios más elementales de vecindad, sociedad civil y del bien común, parece atraer a muchos adeptos que tratan de quererse ellos por encima de todo y todos. Creencia que ignora infinidad de causas superiores a mi yo, léase por ejemplo: defender la patria, yendo a la guerra, dar limosna a los más necesitados; que obvia ayudar a los afligidos (si no es para postear), visitar a los enfermos (como si los sanos nunca fuésemos a caer enfermos), tratar de salvar a una persona en peligro de muerte y un largo etcétera. 

Por consiguiente, cuando estos vanidosos que dicen que se quieren mucho y, sobre todo, a más que a nadie, hablan, relatan sus opiniones, experiencias o preocupaciones o suben fotos a las redes sociales, a mi juicio (y llámeme usted loco), sólo desean escucharse a sí mismos y reclamar esa atención constante que tanto necesitan para poder seguir llenando sus vacíos existenciales, viviendo en esa mentira que han creado. 

Mal camino lleva esto, si pensamos en nuestra querida España porque la patria es una fundación y esa sociedad que habita en nuestra nación, como unidad de destino en lo universal, necesita de los unos y de los otros, del socorro mutuo para ser y perdurar.

Si alguno tiene dudas puede consultar al gran Ortega y Gasset y leer aquello de que «cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central». Y esto, afirma, es lo que pasó en España: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha desecho”.

Pues eso, que una nación necesita de ciudadanos que piensen en el grupo porque la vanidad rompe individuos y destruye sociedades.

Antonio Casado Mena, (@antoniocasadome). Doctor en derecho. Abogado penalista y economista.


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