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¿Virus biológico o Virus cultural?
La pandemia nos ha pillado distraídos, sin planes de contingencia probados, sin ensayos, sin investigación suficiente sobre estos asuntos, aturdidos con otras cosas… Como el cuento de Pedro y el lobo, nos habían avisado reiteradamente que una de las principales amenazas para nuestra supervivencia podía ser una epidemia (Ébola, MERS, SARS, gripe aviar…). ¿Por qué no estábamos preparados?
El “arte de gobernar” consiste no sólo de no crear problemas nuevos y resolver los existentes, sino también de prevenir amenazas y prepararse para afrontarlas aunque éstas nunca ocurran. El problema es que alertar de los riesgos no gana elecciones. Por el contrario, si te cuelgan la etiqueta de agorero puedes darte (política o socialmente) por muerto. Prepararse para lo que nos pueda deparar el futuro no está de moda (“ya se verá cuando llegue”), y es aquí donde aparece el virus cultural. B. Ehrenreich ya planteó que la crisis de las “subprime” (2007) estuvo relacionada con la moda que logró que muchas empresas (y gobiernos) decidieran contratar a gurús del pensamiento positivo, aparcando los métodos tradicionales de la estrategia racional o los mapas de riesgos. Las cúpulas directivas se llenaron de visionarios refractarios a cualquier análisis de posibles fracasos. En el ámbito de la política, parece que sólo cabe hablar de posibles amenazas si se puede encontrar un culpable que no pertenezca a nuestras filas. El problema de los virus es que no puede achacarse su responsabilidad a la oposición, al pasado o al capitalismo, por lo que su combate queda fuera de los programas electorales.
En el “juego” electoral, la demoscopia, la mercadotecnia, la imagen o la propaganda pueden ser útiles para ganar votos; son admisibles hasta las ocurrencias, las improvisaciones o hacer promesas imposibles y medidas populistas. Pero gobernar es el “arte de lo posible”, exige capacidades y conocimientos específicos, sólo caben estrategias bien trabajadas, propuestas con contenidos sólidos, previsión, planes de riesgo, trabajar con rigor sobre datos ciertos, ser pro-activos y transparentes, rodearse de los mejores en cada política pública y, llegado el caso, hasta tomar decisiones impopulares. En las elecciones cuentan principalmente las encuestas, para gobernar cuenta hacer bien las cuentas.
Pero nuestra clase política no son marcianos que descienden del cielo cada cuatro años para abducirnos. Ciertamente esta crisis ha revelado que entre nosotros existen muchos héroes anónimos (los “guerreros del COVID”) que son capaces de dar lo mejor de sí y hacer frente a la adversidad, pero los políticos son hijos e hijas de la misma sociedad y comparten, en proporción, sus mismas virtudes y miserias. La respuesta institucional que hemos dado se relaciona con las fortalezas y debilidades que atesoramos como sociedad. Importa identificar sobre todo estas últimas para poder combatirlas: individuos narcisistas y contradictorios, actitudes ingenuas y livianas (“eso nunca ocurrirá aquí”), pensamiento superficial y ligero, diagnósticos simplistas frente a problemas complejos, huida de la responsabilidad, una moral ambivalente que sirve lo mismo para demandar mejores pensiones para nuestros mayores que para legitimar el dejarlos solos ante el peligro… Y sobre todo, una creciente división en bloques en lugar de más cohesión y solidaridad… ¿qué clase de virus cultural nos aqueja a los españoles que nos impide actuar todos juntos para hacer que España funcione como una locomotora fiable y segura?
En época de turbación conviene reaccionar con templanza. Entre un optimismo ingenuo y un pesimismo paralizante, apostemos por un realismo que actúe sobre el sentido común y el interés general. Nos han engañado diciéndonos que la vida es fácil y que la ciencia resolverá mágicamente nuestros problemas. Por el contrario, la vida sigue consistiendo, hoy como ayer, en luchar contra nuestros dragones internos y externos. Hemos olvidado las lecciones que nos ofrece gratis la historia de quienes tuvieron que enfrentarse a crisis y amenazas incluso más grandes que ésta. Si nuestros antecesores nos han permitido llegar hasta aquí, nosotros tenemos que preparar el mejor escenario que acoja a los que nos sucederán. Por de pronto no estaría de más recuperar la tradición romana de que un siervo acompañe a los poderosos recordándoles permanentemente que son mortales e imperfectos.
Muy acertado el comentario