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En Coripe (Sevilla) y algunos otros pueblos, Tielmes (Madrid), Alfaro (La Rioja) y en muchos ciudades de Venezuela, existe la costumbre, el domingo de Pascua, de quemar una figura conocida que, según los habitantes del pueblo, “no ha actuado bien”; en el caso de Coripe además y antes de la quema y posterior paseo por el pueblo dónde le ponen a caer de un burro, le destrozan a perdigonazos.
Si bien en Venezuela se han quemado a Donald Trump, Juan Guaidó y a Nicolas Maduro entre otros, también chavistas y oposición, esta vez juntos, han quemado un muñeco a los ‘fallos eléctricos’ que han afectado a todos por igual.
La ‘quema’ que ha levantado ampollas ha sido la de Coripe, dado que el personaje quemado y perdigonado ha sido Carles Puigdemont, el fugado de Waterloo. En Alfaro los vilipendiados han sido otros: Santiago Abascal, Nicolás Maduro, Eduardo Inda, el comisario Villarejo, Iñaki Urdangarín, Puigdemont, Torra, Donald Trum, Vladimir Putin… y no parece que haya habido excesivas quejas ni rasgadura de vestiduras, del mismo modo que después de las fallas las indignaciones y querellas no proliferan.
¿Qué ha pasado en Coripe, donde otros años las iras de las escopetas de caza apuntaron a Rodrigo Rato, Iñaki Urdangarín, Ana Julia Quezada, Bárbara Rey, Miguel Carcaño…? Pues ha pasado que el separatismo catalán tiene muy poco sentido del humor cuando el objeto de la chanza son ellos, son muy sosos y desaboridos. Aparte de esta particular vara de medir tan farisaica, si es verdad que quemar es una cosa y liarse a perdigonadas con el personaje es otra y, al menos para mí, los disparos sobran.
No entiendo nada ¿No es mucho mejor aplicarse el «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti»? ¿Alguien me lo explica?
Eso es parte de la tradición milenaria y no nos la van a quitar a estas alturas de la película cuatro cantamañanas zampabollos. En mi pueblo es costumbre matar a Judas, pero allí no lo cuelgan de una higuera, sino que el muñeco de paja, vestido con su ropa correspondiente donada por un paisano, se amarra en el centro de la calle entre dos balcones de los cuales pende y se les dispara con escopetas y cartuchos de verdad. Una vez que empieza a arder, el fuego corta las cuerdas y el muñeco cae al suelo, entonces los chiquillos lo arrastran por toda la calle hasta que termina despedazado. Nos lo pasábamos muy bien. Pero aquel era un Judas inofensivo, cosa que no se puede decir del Puigdemón, Torra y cía. con sus CDR y su «apreteu y feu bé d’apretar».