Hoy han coincidido en Madrid dos expresidentes de Gobierno presentando sendos libros. Bien por ellos que no solo saben escribir, sino que lo hacen. No sé si es simplemente mala pata que coincidan y deban repartirse el espacio dedicado por la prensa a este tipo de efemérides o es la providencia que quiere que el trago amargo sea en un único día.
Además de compartir la presencia mediática propia de aquellos ilustres que presentan un libro haciendo el correspondiente bolo en cadenas de radio, ambos dos han coincidido en declarar que no tienen intención de volver a la política activa y, faltaría más, han dejado a sus sucesores recaditos que los dejan muy en entredicho: los ven poca cosa.
Felipe González, que para los muy suyos sigue siendo el summum de estadista casi nunca ha permanecido callado y pese a que dejó el gobierno con un fuerte tufo a corrupción y a desastre económico, la actuación de algún que otro sucesor suyo ha estado a punto de llevarle a los alteres políticos. De su amigo Rubalcaba ha dicho que es «la mejor cabeza política de España» pero, esos peros suelen ser más que terribles, «tiene una crisis de liderazgo», aseveración que a pocas horas de la Conferencia Política del PSOE cumple estrictamente el aserto de que ‘quien te quiere te hará sufrir’.
Lo de Aznar es parecido, cada vez que habla sube el pan y tiembla Génova y, si no fuera por el proverbial temple de Rajoy, éste tendría frecuentemente problemas coronarios. Amado por los muy suyos y odiado por sus contrarios, el personaje se las trae. Con grandes aciertos como dirigente político y jefe del ejecutivo, acabó como acabó probablemente por simple engreimiento.
A pesar de lo dicho, tengo que reconocer que cuando hablan me gusta y, cuando con más o menos sutileza, ponen nerviosos a sus delfines, me suelen resultar encantadores. En el fondo, no nos engañemos, si sus sucesores lo hicieran correctamente bien poca chance tendrían sus estocadas.