Si bien hace pocos días sentí envidia a tenor de las elecciones alemanas, no fue por el resultado, sino por la reacción de los partidos. Aquí todos los perdedores se unen contra el ganador si este no tiene mayoría absoluta, allí en el mismo supuesto ceden al ganador la iniciativa. Vi una altura en los líderes alemanes que, la verdad, aquí llevo tiempo echando en falta.
Por contra, me llega la información de que el Senado Belga avanza en la reforma de la Ley de la Eutanasia, y se plantea extender la autorización de la eutanasia a los menores de 18 años que dispongan de facultades mentales. La población belga, europeos, supermodernos y superdesarrollados, encuestada sobre la cuestión es mayoritariamente partidaria de la eutanasia para menores incluso para aquellos que son incapaces de expresarse: Es por esto que paso de la envidia al asco.
No seré yo el que suplante la conciencia de cada uno en tema tan delicado como quitarse la vida, pero si seré yo el que sienta arcadas cuando unos cuantos, sean quienes sean, se otorgan la decisión sobre la prolongación o extinción de mi vida. Cuando se abre la veda a aceptar esta macabra posibilidad, primero se actúa sobre casos extremos y luego, ya puestos, se abre peligrosamente la mano. Baste recordar el nazismo, el estalinismo o el exterminio camboyano.
Pienso, y la historia me da la razón, que detrás de este tipo de decisiones no está la caridad hacia el que sufre, sino un intento de la sociedad de ahorrarse el sacrificio de atenderles cuanto no una manera muy moderna, progre y políticamente correcta de quitarse un problema de encima o, simple y llanamente, de evitar un gasto oneroso. Cuando el individuo es un número pasa de persona a gasto y ya todo vale.