Conversación tranquila de @jmfrancas con Jorge Álvarez Palomino, doctorando en Historia en la Universidad CEU San Pablo. Se graduó en Historia con Premio Extraordinario de Fin de Carrera y tiene un Máster de Política Internacional por la Universidad Complutense de Madrid y un Master in History of International Relations por la London School of Economics. Es además Secretario de Aportes, revista de Historia Contemporánea de España, y colaborador habitual en El Toro TV.
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JMF: ¿Cuales fueron los efectos de las revoluciones liberales del siglo XIX?
JAP: Crear la Europa que hoy conocemos. Las revoluciones liberales acabaron con el Antiguo Régimen que, a pesar de muchas transformaciones, había subsistido de forma coherente desde la Edad Media. Quizá el cambio más grande que trajo el liberalismo fue el pasar de una concepción comunitaria y tradicional del mundo, en la que los hombres se sentían indisolublemente ligados a un grupo y a un pasado, a una visión individualista y racionalista, en la que cada individuo es un sujeto de derecho propio y las normas, leyes, moral… pueden elegirse a partir del juicio racional de cada uno.
JMF: En España, ¿cómo fueron?
JAP: Curiosamente, en España fueron muy tempranas, y, en opinión de algunos autores, prematuras. España tuvo la primera revolución liberal de Europa después de la francesa aprovechando el caos de la Guerra de Independencia. Como la invasión de Napoleón había colapsado todo el sistema institucional de España, los liberales aprovecharon el vacío de poder para hacer una revolución encubierta a través de las Cortes de Cádiz y su Constitución de 1812, que fue el ejemplo a seguir por todos los liberales radicales del resto de Europa. En 1820, la segunda gran oleada revolucionaria europea empezó de nuevo en España con el golpe de estado de Riego, que fue imitado en Italia y Rusia. El problema de las revoluciones liberales en España es que, pese a que la minoría liberal española era muy activa, no contaba con el apoyo de las bases populares y por eso tanto en 1812 como en 1820 fracasaron.
JMF: ¿Ahí empieza la democracia?
JAP: Depende de cómo se defina la democracia. Los liberales defendían la separación de poderes y creían que el legislativo tenía que ser el poder principal, elegido por sufragio para representar la “soberanía popular” y la voluntad de la nación. Sin embargo, creían en un sufragio muy censitario, de forma que solo una minoría de personas adineradas pudiesen ejercer el derecho de voto. Además, solían preferir sistemas de votación indirectos en los que había muchos procesos intermedios entre el voto de la ciudadanía y la elección final de de los diputados. La mayoría de ellos temía a las masas populares y no consideraba que pudiesen tener voz en los asuntos de gobierno.
JMF: Y de ahí a la democracia actual, ¿qué pasos se fueron dando?
JAP: Ese proceso dura todo el siglo XIX. El primer paso se dio en Inglaterra con las grandes reformas que ampliaron el derecho de voto en la década de los 30 y poco a poco se fue siguiendo un proceso similar en los demás regímenes liberales. En España, por ejemplo, el sufragio universal masculino no llegó hasta 1890. Sin embargo, incluso en la primera mitad del siglo XX podemos encontrar a intelectuales liberales tan importantes como Benedetto Crocce que siguen rechazando la democracia y la consideran enemiga del sistema liberal.
JMF: ¿Cuándo llega el sufragio universal, masculino y femenino?
JAP: El sufragio universal masculino se empieza a establecer en Europa a partir de la última de las oleadas revolucionarias liberales, en 1848. Para entonces, los liberales han derrotado definitivamente a los últimos partidarios del Antiguo Régimen y su gran problema son las luchas internas entre moderados y radicales. Los primeros, que representan a las clases burguesas más ricas, prefieren el modelo censitario, mientras los segundos, que empiezan a nutrirse del voto obrero y de clases medias urbanas, pelean por ampliar el sufragio. En España, el golpe de estado de 1868 derriba al gobierno moderado de Isabel II e intenta establecer el sufragio universal, pero la Restauración de Cánovas lo retira y no se vuelve a establecer definitivamente hasta el gobierno de Sagasta en 1890. En sufragio femenino no se planteó siquiera hasta el principio del siglo XX y en España se introdujo con la II República.
JMF: Además del sufragio, la democracia se basa en otras cosas. ¿Cómo se fue llegando a la separación de poderes?
JAP: La separación de poderes sí es un principio fundamental del liberalismo desde sus orígenes, a diferencia del sufragio. Se inspiran en el modelo medieval en el que el Rey gobernaba pero necesitaba permiso de un parlamento para aprobar ciertas leyes, como pasaba en Inglaterra o en España con las Cortes. Quitando una minoría muy radical, la mayoría de los liberales eran monárquicos y su modelo está pensando para que el Rey mantenga el poder ejecutivo, pero sometido a un poder legislativo fuerte que tenga el monopolio en la aprobación de leyes. El Rey nombraba un primer ministro (o presidente) y a los ministros para ayudarle, pero poco a poco este gobierno fue convirtiéndose en el verdadero poder ejecutivo mientras que el rey pasaba a ser simbólico. Sin embargo, todavía tenemos restos de esta idea en nuestras constituciones. En España, por ejemplo, los ciudadanos no podemos elegir al presidente del gobierno, solo elegimos a las Cortes y luego ellas presentan un candidato a presidente que es nombrado por el Rey. En la práctica, lo que ha ocurrido es que el poder legislativo y el ejecutivo se han fundido totalmente porque el partido que gobierna también tiene mayoría en las Cortes y acaban funcionando casi como si fuesen lo mismo.
JMF: Pero esa fusión no es nada sana… ¿No es evitable?
JAP: El problema es que la división de poderes no estaba pensada para un régimen de partidos. Cuando Montesquieu desarrolla la teoría, no existen los partidos políticos, que son un producto que se forma lentamente en el siglo XIX hasta convertirse en la esencia de las democracias. Los primeros liberales pensaban que el ejecutivo y el legislativo podían funcionar como cosas distintas porque no había ningún lazo entre ellos, como no lo hay con el poder judicial. Pero cuando el ejecutivo es ocupado por políticos de un partido que a la vez tiene representación en el Parlamento (y de hecho los miembros del ejecutivo suelen ser a la vez miembros del parlamento), la separación es imposible. Sería como si los jueces estuviesen agrupados también en partidos pero se pretendiese que actuasen de forma independiente de los otros dos poderes.
JMF: Hay de hecho jueces de partido y el poder judicial tiene dependencia directa de los partidos…
JAP: Justo, igual que los partidos acabaron controlando el ejecutivo y el legislativo, estamos viendo cómo cada vez más controlan también el judicial. Es un proceso más difícil porque los jueces no gana su puesto por sufragio sino por meritocracia y eso les permite funcionar de forma un poco más independiente de los partidos, pero cuando sus ascensos dependen de la intervención de los otros dos poderes, es normal que cada vez se erosione más su autonomía
JMF: Vamos a peor entonces, ¿hará falta una revolución liberal en serio?
JAP: El problema de hoy es que la idea de democracia se ha comido al liberalismo. El liberalismo tenía un elemento democrático que consistía en que las instituciones representasen la voluntad del pueblo, pero también uno institucional que consistía en crear un marco de derecho. Ahora vemos como estas dos partes chocan, cuando la gente siente que su voluntad no está reflejada en el marco institucional y que el deseo de la mayoría está por encima de la ley. Es lo que ha pasado en Cataluña, donde los separatistas entienden que la legalidad no es válida cuando va contra la voluntad popular, o lo que ha ocurrido en casos como el de “La Manada” de Pamplona cuando el feminismo decidió que la ley era injusta porque no se correspondía con el sentir de la mayoría. Todos los grandes pensadores del liberalismo, desde Locke hasta Ortega y Gasset, temían este momento. Sin embargo, el liberalismo ha puesto tanto énfasis en que la única legitimidad válida es la democrática que tiene muchos problemas para explicar ahora porque una mayoría no puede sencillamente saltarse la ley si deja de considerarla útil.
JMF: ¿Cuales serían los grandes teóricos del liberalismo español?
JAP: El liberalismo español nació con una gran serie de pensadores como Diego Muñoz Torrero, Jose María Blanco White o el Conde de Torneo, aunque como padre del liberalismo español seguramente hay que reconocer a Agustín de Argüelles, que fue el principal intelectual que llevo al liberalismo desde la marginalidad en 1808 hasta el poder en 1833. A partir de entonces, como suele pasar con las ideologías asentadas en el poder, el liberalismo español se convirtió en una etiqueta amplísima y algo confusa que dio más hombres de acción que pensadores, como sí ocurrió en movimientos minoritarios como el tradicionalismo. En la madurez del liberalismo español, Cánovas del Castillo es sin duda el gran referente. En el siglo XX, cuando aborda su gran crisis existencial, yo destacaría a Ortega y Gasset y a su discípulo Julián Marías.
JMF: Mil gracias Jorge, ya has dado muchas pistas para asimilar, ya tendremos, si te dejas, una nueva oportunidad. Un abrazo.
JAP: Genial, me ha parecido interesantísimo y estaré encantado de repetir cuando me digas. Un abrazo.