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Carta abierta a Josep Maria Francàs de fecha 12-VIII-2020
Querido Josep María:
Desde mi exilio interior y previo al confinamiento por la siniestra plan-demia propiciada por el enigmático “bichito” ese, te pongo unas letras para expresarte mi preocupación ante lo que estamos viviendo.
La historia se repite o, mejor, dicen: no se repite porque siempre es la misma. Clio, hija de Zeus y de Mnemósime, musa de la Historia, me ha traído, junto al rollo de papiros que según la mitología griega porta en su mano izquierda –mira que en la izquierda, precisamente- algunos periódicos de la primavera de 1931. En uno de ellos se da cuenta de la salida de Madrid de Rey Alfonso XIII hacia Cartagena, justamente el día después de la proclamación de la II República Española, camino de Marsella y a bordo del “Príncipe Alfonso”, para dirigirse luego a París.
Egregias cabezas han reflexionado sobre ese continuo que es el tiempo. San Agustín decía que si no le preguntaban lo que era el tiempo, lo sabía, pero que si le comprometían a definirlo no era capaz. El Papa Benedicto desglosa lo esencial del pensamiento agustiniano: “[…] en realidad no existe el presente como una magnitud delimitable […] en el instante en que me dispongo a llamar presente a algo, ese presente es ya pasado y ha cedido su sitio a un nuevo instante. Y así, el presente, examinado con precisión, es sólo el punto de intersección, carente de extensión, de pasado y futuro […]”. Me da la impresión de que es el caso de esta ahora de España.
Digo, Josep María, que me quedo estupefacto, que se me hiela el corazón como al españolito aquél de Machado, cuando contemplo el devenir de esta grande y doliente patria nuestra. En efecto, parece como si se identificasen en un punto de intersección atemporal el pasado y el futuro. Otro rey que se va, y no es el segundo. Ha habido antes muchos más. Tratando, al parecer, de despreocuparnos, reconstruía José María Carrascal hace unos días la lista de los monarcas españoles que tomaron las de Villadiego. Numerosos, desde Carlos IV hasta el actual Emérito. Sólo Alfonso XII concluyó aquí su reinado, muy joven aún por cierto. Y la cosa no es como para restar dramatismo al asunto. Precisamente lo que este hecho muestra es una verdadera tragedia nacional: la imposibilidad de vertebrar un régimen monárquico estable desde Carlos IV para acá.
Destaca Juan Manuel de Prada como causa de este fenómeno el hecho de haber desvinculado a la Monarquía hispana de su auténtica raíz histórica. Y lo hace evocando palabras de José María Pemán. Ciertamente, parece que entre nosotros la monarquía sólo es auténtica, sólo puede desplegar su virtualidad cuando es “de tipo tradicional, social y representativa”. Por la sencilla razón de que cualquier otra fórmula está avocada inevitablemente a su desnaturalización, a rellenarse de la “[…] sustancia republicana, incluida la propia monarquía liberal y parlamentaria, que entre nosotros ya ha demostrado ser un principio de república”. Bien lo sabe Garzón, quien de economía entiende muy poco pero en esto opina en esa dirección, la que les conviene: “[…] el problema no es la persona [del Emérito], sino la institución”, dice. Es verdad que la salud de algunas instituciones se robustece con la ejemplaridad de quienes las encarnan. Pero aquí no se trata de juzgar comportamientos personales.
Dicho lo anterior, querido Josep María, conviene no olvidar, por ejemplo, la importancia decisiva que la figura del Rey Balduino de Bélgica tuvo para la convivencia entre flamencos y valones, y cómo su negativa a sancionar una ley sobre el aborto en aquél país fue asumida por el mismo sin perjuicio de la ulterior efectividad del proyecto legislativo. Y es que la auctoritas, basada en el prestigio o poder moral de una persona posee con frecuencia mayor voltaje que la potestas, fundamentada exclusivamente en el poder y en la fuerza.
Sobrecoge el cinismo con que se permiten juzgar al rey emérito y discutir la magistratura que ejerce su hijo, Felipe VI, quienes creen ser auténticos espejos de virtudes, personal e institucionalmente. Un Torra inhabilitado para el ejercicio de cargo público que, sin embargo, ostenta –ahora sí- la presidencia de una Comunidad Autónoma como representante del Estado; un vicepresidente del Gobierno, confesional y activamente antimonárquico (incurso, él y su partido, en numerosas causas judiciales por presuntos delitos comunes, de financiación ilegal y en connivencia con los enemigos del país cuyo Ejecutivo “vicepreside”); un prófugo de la justicia llamado Puigdemon que vive rodeado de su Corte (él sí) cómodamente instalado en otro país eurocomunitario y con cargo a no se sabe qué recursos procedentes de la nación que denuesta y ataca; un conjunto de individuos condenados por sedición, “presidiarios” (¿?) de lujo que aspiran a concurrir a la próximas elecciones autonómicas como quien no hace la cosa. O más bien sí. Bueno, para qué seguir.
Y ante este panorama todavía hay quién se extraña y objeta que VOX plantee una moción de censura al Gobierno. Por lo visto, hay artículos en la llamada Constitución del Consenso -producto de la Santa Transición, como dice Ruiz-Quintano- , que debieron colarse de rondón. Así el 155, el mismo 113, e incluso el 102, relativo al supuesto de traición o cualesquiera otro delito cometido “contra la seguridad del Estado”, por parte del Presidente del Gobierno o cualquiera de sus miembros.
Me llega ahora la opinión de Vidal-Cuadras acerca de la citada moción de censura. Además de su larga experiencia en la política nacional, el ex-vicepresidente del Parlamento Europeo acumula también la que se deriva de su condición de físico, es decir, de experto en el estudio de la materia y de la energía para explicar los fenómenos naturales. Y lo que dice Vidal-Cuadras, entre otras muchas cosas, es bien natural: “[…] Sólo VOX, les dirá Abascal desde la tribuna, televisado en directo a todo el país, ofrece una salida de este pantano viscoso y garantiza la unidad nacional, la prosperidad, el imperio de la ley, la solidez de la institución familiar, la libertad de educación, la fiscalidad no confiscatoria, la seguridad de las fronteras y el final de la partitocracia corrupta y divisiva […] Frente a los restante grupos que hacen una oposición de pacotilla, Vox se enfrentará a la totalidad del hemiciclo sin complejos, demostrando así que le sobran los redaños de los que otros carecen”. ¿Nos parece poco?
A todos los que nos duele España, nuestra patria, como al decir de Unamuno podría dolernos “el corazón o la cabeza o el vientre…”; a todos los que permanecemos atónitos ante esta encrucijada histórica, nos confortará, sin duda, la pública comparecencia de una fuerza política, como VOX, nacida para evidenciar y resolver (el diagnóstico precede al tratamiento) los gravísimos males que padecemos.
No distraigo más tu atención, querido Josep María, únicamente quisiera añadir que, frente a aquél pesimismo sentido por nuestro gran Quevedo al contemplar la ruina de los muros de la Patria (“…si un tiempo fuertes, ya desmoronados”), debemos mantener la firme esperanza que expresan aquellas palabras dirigidas por Sor María de Ágreda a otro rey Felipe, el IV, ante otra grave tesitura: “Esta navecilla de España no ha de naufragar jamás, por más que el agua llegue al cuello”.
Un fuerte abrazo,
Leopoldo