Conversación tranquila de @jmfrancas con Rafael Martínez. Catedrático de Ciencia Política y de la administración de la UB. Investigador principal de GRAPA (Group of Research and Analysis on Public Administration).
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JMF: ¿Cómo está la universidad española? ¿Goza de buena salud?
RM: La Universidad es una institución centenaria, en general, ese tipo de instituciones están hechas a casi todo y han vivido historias de todos los colores y han aprendido a subsistir. Por tanto, desde ese punto de vista, bien. No se intuyen dramas en el horizonte. Otra cosa distinta es el prestigio, la utilidad o el valor social que aporta. Por esa vía de análisis quizás cabe decir que estamos cerca de la irrelevancia. Ya no representamos una vía de ascenso social y de atemperación de la desigualdad. Tampoco parece que la hiperinflación por publicar artículos y artículos que nadie lee esté sirviendo mucho por hacer avanzar el conocimiento. Incluso, me temo que el infantilismo social y el individualismo que se extiende como el aceite por la sociedad, también nos está alcanzando.
JMF: ¿Irrelevancia? No parece un signo de salud. ¿A qué se debe esto?
RM: Las universidades en no pocas CCAA están secuestradas mediante la asfixia financiera. Su capacidad de maniobra es limitadísima. Somos muchas las que reciben como financiación menos del equivalente al capítulo 1 (gastos de personal). No hay una auténtica selección del profesorado, ni del alumnado, no hay un mapa de universidades que racionalice el sistema. Tampoco hay especialización, todas hacen lo mismo… No es un escenario halagüeño. Ello provoca que el peso social de las universidades sea cada vez más reducido. Quizás se las quiere dóciles y se ha encontrado en el dinero una vía de control.
JMF: ¿Sobran Universidades? ¿Se ha primado la cantidad a la calidad?
RM: Sin lugar a dudas. Se primó, en su momento, el acercar las universidades a los ciudadanos creando campus en todas, o casi todas, las provincias; pero es inviable tener más de 50 universidades de buen nivel en un país del tamaño de España. Hubiera sido más económico incentivar un potente sistema de becas y residencias y mantener el peso de algunas ciudades universitarias de peso académico y con poco tejido económico (Salamanca, Santiago, Granada, Zaragoza) Además ello ayudaba al movimiento entre comunidades, al conocimiento recíproco entre las diferentes comunidades y, en buena medida, paliaba la endogamia actual.
JMF: Castells, el ministro, antes de su dimisión, presentó una nueva ley universitaria que mas bien fue contestada y quizás motivó su renuncia. ¿Qué pretendía?
RM: He de ser sincero. No me leí el proyecto. Son ya tantos los anteproyectos que se han ido elaborando en todos estos años que a veces reconozco pereza a enfrascarme en los nuevos, máxime si tiene tan pocos visos de llegar a buen puerto. El proyecto lo tiraba adelante alguien que sabe mucho de comunicación; pero que sus referentes universitarios son ajenos a la universidad española. Además, tiraron adelante un proyecto que contaba con el rechazo de la CRUE, de los sindicatos, de los alumnos. ¿Qué posibilidades de futuro podía tener algo así?
JMF: Tiene mérito empeñarse en un proyecto a espaldas de la comunidad universitaria… ¿Qué habría que modificar de la legislación actual en una nueva ley?
RM: Depende lo que se quiera hacer. Si lo que se quiere contentar es a las elites universitarias o no enfrentarse a ellas, se hará poco. Si lo que se quiere es modernizar su gobernanza, incrementar su rendición de cuentas y hacer efectiva su autonomía se pueden hacer muchas cosas; pero no creo que estemos en un momento en el que haya impulso político para algo tan osado.
JMF: ¿Cuales son los principales problemas de la Universidad hoy?
RM: Hace años puse por escrito qué debería hacerse: Creo evidente que las universidades han de tener cada vez más en cuenta la pulsión y necesidades de la sociedad con la que interactúan y definir, algunas de sus principales líneas estratégicas, teniéndolas presentes. Además, dado que su financiación es esencialmente pública, han de apostar claramente por una dinámica de transparencia en la gestión, evaluación del rendimiento y rendición de cuentas de los objetivos comprometidos y los fondos percibidos. Todo ello sin olvidar que la universidad no debe descuidar sus misiones tradicionales. En mi opinión, la Universidad no debe renunciar a seguir aspirando al descubrimiento intelectual de sus estudiantes, a seguir pensando sin excesivas inmediateces y haciendo investigación básica que, a buen seguro, en un futuro será útil. Si todo eso cabe dentro de la gobernanza, que parece que sí, bienvenida sea.
En definitiva, si la apuesta política va por aquí yo lo que pediría es altura de miras política. Es decir, que el Gobierno español y los gobiernos autonómicos presenten al Parlamento un acuerdo consensuado, y por lo tanto con una cierta capacidad de recorrido vital, en el que se determine qué se pretende y cómo se va a aplicar y que el Parlamento lo apruebe. Sabríamos entonces qué universidades siguen vigentes y cuáles se cierran (algo financieramente necesario, aunque electoralmente inabordable), cuáles se dedican a la enseñanza e investigación y cuáles son meros campus docentes. Determinaríamos cuantos grados se asumen en su gestión con fondos públicos y cuáles, de subsistir, han de ser por cuenta y riesgo –negocio- de cada universidad. Eso indicaría que plantilla sería necesaria. Plantilla a la que, además, concederíamos todo tipo de facilidades e incentivos para mejorar -excelencia- y moverse -internacionalización-. Todo eso desembocaría en el modelo de gobernanza y en el de gobierno y permitiría a cada universidad singularizar su oferta y su dinámica. Pero pensar en cambiar el sistema de gobierno sin rediseñar absolutamente nada de lo anteriormente dicho y con unas bolsas de deuda en la gestión de las universidades escandalosa es, probablemente, la antesala de un fracaso.
Por último, pensando en el sistema de gobierno universitario, a la vista de lo expuesto y asumiendo la necesidad de transitar hacia un modelo menos colegiado y más de partes interesadas, me inclino por un diseño del gobierno universitario de naturaleza semipresidencial. Ganaríamos en transparencia y la Universidad, aproximándose mucho al modelo de partes interesadas, no abandonaría de manera absoluta aquellos elementos de la colegiatura que pueden ser relevantes y provechosos. El Claustro no sería una inoperante sala consultiva y tampoco sería el que elige al gobierno universitario -su jefe-; sino el responsable del control de la acción de gobierno. No elegir al Rector no es dramático. Lo dramático es no saber qué hacen, ni qué proyectos tienen, ni tener vías nítidas de influir en el proceso de toma de decisiones. Eliminar órganos, aclarar responsabilidades y competencias es pues imprescindible para avanzar. Si todo eso se hace en pos de la transparencia, la calidad, la excelencia, la rendición de cuentas, la eficacia y la efectividad no habrá oposición en la Academia. Ésta y la racionalidad nunca han estado enfrentadas; antes al contrario.
La dinámica europea, por razón de la modernización de la gobernanza e incremento de la autonomía de sus universidades, ha sido transitar desde los modelos burocrático y colegial al de partes interesadas. Y siguiendo esa lógica, la pretensión reformadora en España y el deseo de acercarse a sus homólogos europeos debería encaminarse también a un modelo que rebaje el peso político de los “Senados” académicos, potencie la presencia de externos y, además, les entregue el gobierno de la Institución, profesionalice la gestión e incluso la figura del Rector y extreme la rendición de cuentas y la evaluación mediante indicadores claros, concisos y mesurables. El problema es que tales pretensiones, de llevarse a término, implican una severa reforma de la ley orgánica, de las leyes autonómicas y de los Estatutos de las Universidades para determinar, cuando menos, los mecanismos financiadores, los modelos evaluativos y de rendición de cuentas y el nuevo sistema de gobierno y administración. Y un, nada despreciable incremento del gasto de estos nuevos gestores altamente cualificados y con plena dedicación (profesionalizados). Es obvio que la universidad española necesita un impulso y está de sobra testado con éxito el modelo de gobernanza de partes interesadas y su sistema de gobierno de Board de externos, con un Presidente al frente que asume la conducción estratégica y que nombra un Rector que a su vez nombra a los decanos, que a su vez lo hacen con los Directores de Departamento y que asumen la conducción de la gestión ordinaria, de llevar a término las estrategias del Board; todo ello completado con un Claustro que actúa de Junta Consultiva no deliberativa. Pero ¿es ese el modelo que mejor se ciñe a nuestra cultura? ¿Recuperar instrumentos de épocas históricas poco edificantes, con la perniciosa carga emotiva que ello implica, es la vía de la renovación universitaria? ¿Disponemos de masa crítica suficiente como para llenar las Juntas de Gobierno de externos en más de cuarenta universidades? ¿Seguirá la universidad asumiendo sus funciones públicas menos lucrativas o por mor del éxito económico será más prudente acabar con algunos grados e investigaciones? ¿Cuántos grados de, por ejemplo, ciencia política necesita nuestra sociedad? ¿Cuántos puede impartir en función de la demanda de estudiantes y cuántos en función de la demanda del mercado? En definitiva, este modelo de gobernanza representa no sólo una modificación del sistema de gobierno, sino que, y por ello es una modificación del modelo de gobernanza, implica además una mutación en los valores esenciales con que hemos entendido la universidad durante décadas. Ese tiempo no da la razón; pero sí que marca la enorme dificultad inercial que supone el envite. Sería prudente empezar a preguntarnos qué necesitamos y qué queremos ofertar para construir nuestro modelo; pero cambiar el modelo sin haberse replanteado el mapa de universidades públicas y el mapa de titulaciones ofertadas parece poco sensato ¿o acaso esa sería la primera tarea de todas las nuevas Juntas de Gobierno -Boards-?
Parece un sentir común, prácticamente sin fisuras, la necesidad de que las Universidades españolas, a imagen y semejanza de lo realizado por sus homónimas europeas -las cuales tuvieron por referente el modelo estadounidense-, modernicen su gobernanza. Sin estar del todo claro qué se quiere decir por tal, se afirma la necesidad derivada de ella, de modificar el sistema de gobierno de las universidades: su estructura, sus procedimientos de toma de decisiones, sus sistemas electivos y sus mecanismos de rendición de cuentas y control, sus mecanismos de representación estamental y su poco ágil y excesivamente complejo sistema de toma de decisiones colegiadas están en el punto de mira de cualquier analista de la gobernanza de las universidades públicas. Cuando pensamos en las funciones tradicionales de la Universidad existe coincidencia en una vertiente de investigación básica, no determinada por ningún agente externo a la institución; e igualmente en la faceta ilustrada, cultural, que forje ciudadanos de libre pensamiento.
JMF: Me has hablado de ser una vía de «ascenso social y de atemperación de la desigualdad» y, cómo no, de no renunciar a seguir aspirando al descubrimiento intelectual de sus estudiantes. ¿Con el nivel de enseñanza tanto media como superior por los suelos son planteables objetivos así?
RM: Como objetivos son indispensables. Si no ponemos en valor el esfuerzo, el sacrificio con el cual adquirimos conocimiento y generamos nuevo conocimiento nos quedaremos en meros repetidores de lo existente y en solemnizadores de lo obvio y la estupidez, cuando se le deja, se abre paso de manera inmisericorde. La tentación, cada vez más evidente, es trasladar -si es que ya no pasa- el fracaso del modelo educativo de primaria y secundaria a las aulas universitarias. Que no lean, que no estudien, que hagan trabajitos y así todos aprueban y nadie los contrata. Ese camino es la perdición. Por ello, creo que el estudio, el esfuerzo, la búsqueda del conocimiento, la inquietud intelectual sirven de ascensor social y la universidad debe ayudar a quien quiere tomarlo.
JMF: Como profesor, ¿no te desespera el modelo actual?
RM: A veces mucho. No obstante, cuando un alumno te exprime y descubres en él o ella -más ellas que ellos-, esa inquietud intelectual que tú un día tuviste, disfrutas. Lo más aburrido del momento presente es el adocenamiento. El que el profesor está ahora ahogado por una gestión galopante, por una repetición de clases idénticas a grupos distintos y con muy poco tiempo para leer, pensar, escribir. Todo se vive rápido, prima la inmediatez y no el sosiego.
JMF: ¿Cómo haces para que esta, o este alumno, no sucumba a la tentación de la mediocridad?
RM: Aislándolo del resto en su necesidad de más lecturas y conocimiento. Es triste, pero parece que no está ‘de moda’ ser inteligente, tener avidez intelectual. Se les ve como bichos raros, con ganas de significarse. hay que hacerle comprender rápido que no está equivocado con ese afán, que debería ser lo normal. Lo cierto es que, el mercado los sigue identificando y cuando uno de estos alumnos sale al mercado, se lo rifan. La mayor parte de los alumnos que tenemos terminarán trabajando para algo en lo que no es necesario, a veces ni remotamente, la titulación que han obtenido. De hecho, es casi una mera pátina cultural. En cambio, los pocos que son buenos y se preparan y se afanan en ir más allá de lo mínimo imprescindible, esos terminan colocados muy bien.
JMF: ¿Puede tener problemas desde el entorno universitario un profesor exigente?
RM: Cada vez más. Un porcentaje alto de suspensos te puede generar, de entrada, preguntas incómodas. Terminaremos como EEUU que inventó el C+ como mecanismo con el que aprobar y poner una pésima nota. Ellos tenían A, B y C a secas. Y sacar una C era nuestro aprobado. la competitividad y la relajación al calificar provocó que todos quisieran una B y abjurasen de la C. Al final con tanta B y tanta A, éstas perdieron valor. Es entonces cuando surgió la idea de la A+, A, A-, B+, B, B- y por último C+. Hoy C+ es un aprobado; pero es lo mismo que darte un bofetón en la cara Terminaremos parecido. De hecho, hoy por hoy, aprobar, por lo menos en mi ámbito, es bastante sencillo. Sigue siendo complicado un notable o un sobresaliente. Pero en el mercado de másteres donde hay competitividad y suspender no te haría atractivo habría que hacer un estudio de las calificaciones. Es alucinante, alumnos con media de aprobado llegan a máster y todo son notables y sobresalientes. ¿Hay un pentecostés entre el grado y el máster que los convierte en aplicados estudiantes? No me lo creo.
JMF: Mil gracias Rafael. No sé si aún sigue vigente lo que me decía un profesor de tu Universidad que tuve yo, de prestigio mundial, Ramón Margalef, cuando me decía que siempre hay cuatro o cinco por promoción, no más, que hacen que tu esfuerzo como profesor valga la pena. Un abrazo y ojalá encuentres algunos que se lo tomen en serio y den sentido a la vocación de profesor en este mundo actual.
RM: Gracias!! La verdad que no sé si tantos; pero uno ó dos cada dos, tres años sí que aparecen. En el fondo les das la clase a ellos con un montón más de público. Gracias y saludos.