Conversación tranquila de @jmfrancas con María Calvo, casada con Pablo desde hace 30 años, madre de 4 hijos, ya mayores (entre 29 y 19 años) profesora de la universidad Carlos III y escritora preocupada por temas referentes a la masculinidad y feminidad.
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JMF: ¿Masculinidad y feminidad? Te dirán que estás en otro siglo…
MC: Siiiii, pero es un tema de candente actualidad, hemos perdido nuestra esencia.
JMF: Otra palabra vetusta: esencia. Dicen que ahora por fin eres lo que quieras ser…
MC: Falso. Todos tenemos un bagaje de experiencias, de crianza y de cultura, pero también de naturaleza. Y ésta ha sido denostada y despreciada. Tenemos unas características también biológicas; negarlas equivale a negarnos a nosotros mismos. Y el desconocimiento de nosotros mismos es uno de los mayores problemas de esta generación. Así es imposible tomar las riendas de nuestro destino.
JMF: ¿Cuál es la esencia del hombre?
MC: Del juego de la naturaleza (biología, testosterona…) y cultura (educación, crianza, raíces, aprendizaje…) se deriva la esencia del varón. Y por medio de la voluntad (y libertad) el hombre tiene el gran poder de romper las cadenas culturales, social y también naturales que nos atan. Lo ideal sería poder dar respuesta a la eterna pregunta ¿quién soy yo? y alcanzar una masculinidad equilibrada, una hombría profunda, una virilidad auténtica…
JMF: ¿Y la esencia de la mujer?
MC: La respuesta es la misma, con un matiz importante y fundamental. La capacidad que tenemos las mujeres de ser madres, la desarrollemos en acto o no, nos da una poderosa fuerza, una potencia creativa inmensa. Las mujeres poseemos una huella psicológico-materna ineludible, podemos ser madres real o metafóricamente, pero esa capacidad marca una tendencia al desarrollo de la ética del cuidado en todas las facetas de nuestra vida. Nutrir, acompañar, comprender, empatizar… son capacidades que también tiene el hombre pero mientras para la mayoría de las mujeres son virtudes derivadas de nuestra propia naturaleza, para el varón han sido aprendidas. Mientras la mujer desarrolla de forma espontánea la ética del cuidado, el varón desarrolla más la ética de la justicia. A las mujeres nos preocupa más la afectividad, a los varones la efectividad. Son generalidades obviamente, siempre hay excepciones…
JMF: Tengo la sensación de que el siguiente hito de lo supermodernidad sea que la ‘maternidad’ desaparezca…. ¿se trata de ‘anular’ la esencia de todo lo bueno?
MC: Vivimos en una sociedad atomizada, ensimismada, egocéntrica, narcisista… Nos hemos convertido en seres individualistas hasta el extremo, hasta el punto de que no cuidarnos…, esto para la mujer supone una desnaturalización muy dañina. Nuestra sociedad no cuida al enfermo, al anciano, al discapacitado, a la mujer embarazada o al niño en el seno materno y una sociedad que no cuida es una sociedad enferma. Una sociedad reacia al afecto materno y al autosacrificio por los descendientes es una sociedad disfuncional llamada a desaparecer (palabras de Roger Scruton). Hemos perdido la visión maternal de la vida. Deberíamos hacer una revolución de los cuidados. Tenemos derecho a cuidar y ser cuidados. Pero para eso tenemos que volver a aprender a AMAR y recuperar el sentido de pertenencia a la familia, a la sociedad, a la patria….
JMF: Sigues usando valores que nos presentan como pasado… ‘familia, patria…’ ¿Habrá que empezar por rescatar esos valores?
MC: Estamos despreciando nuestras raíces; las raíces la civilización occidental. Por un lado, se desprecia todo lo que tenga que ver con el uso de la razón (que tan sabiamente nos proporcionó la cultura greco-latina). Ahora lo válido son los sentimientos, las emociones y deseos. Incluso exigimos que nuestros deseos se transformen en derecho, mi deseo es la ley (aborto, eutanasia, eugenesia…), cuando siguiendo a Santo Tomás de Aquino el derecho siempre había sido el uso de la razón para el bien común. Por otra parte hemos denostado también nuestra tradición judeo-cristiana que nos enseñó a priorizar el amor frente al deseo. El amor que, como señala Bauman (El amor líquido) es centrífugo y liberador, frente al deseo que es centrípeto, egoísta, inmadura y algo nihilista porque nunca encuentra satisfacción. Y el amor tiene mucho que ver con el uso de la razón…. El amor deriva del ejercicio de la voluntad, hay que querer querer, esforzarse en amar…. No se puede basar en sentimientos únicamente porque éstos son volubles, temporales, efímeros. Amar es tener el prejuicio psicológico de pensar en el otro antes que en nosotros mismos como hábito. Esto no es fácil en la sociedad actual donde reina la idolatría del yo.
JMF: ¿Estamos fomentando solo el ‘egoísmo’ en todas sus vertientes?
MC: Hace tiempo que nos hemos vuelto seres autorreferenciales. El punto de inflexión lo marcó la revolución del 68. Está fue en origen legítima, pero se pasó de frenada y pretendiendo ser colectivista instauró el individualismo en su estado más puro…. La denominada revolución sexual tuvo mucho que ver, al separar el sexo del amor, del compromiso y de la reproducción, nos dejó especialmente a las mujeres en una soledad sin precedentes. La emancipación del hombre, la consideración de éste como un enemigo, prescindible, nos condujo a renunciar al varón como compañero de vida. Al reinar los sentimientos sobre la razón nos hemos vuelto utilitaristas también con las personas que nos rodean. Si no me proporcionas placer, sensaciones de bienestar, satisfacción, no me vales y nos quedamos solos una y otra vez buscando una felicidad fofa que nunca llega. Sin un esqueleto racional nos lanzamos a la vida en carne viva, con el único asidero de nuestros sentimientos. Y en gran medida nos deshumanizamos, nos animalizamos…. Freud decía que la civilización comienza con el control de los impulsos. Ahora, incluso las leyes, nos conminan a dar rienda suelta a las pulsiones más básicas. Abandonamos la tribu (que nos proporcionaba sensación de pertenencia) y volvemos a la horda.
JMF: ¿Qué o quién está detrás de todo esto?
MC: No creo en las teorías conspiratorias. Más bien pienso que debemos realizar un examen «de conciencia» y analizar qué es lo que hemos dejado de hacer, cómo hemos propiciado, entre todos, que esto pasase. Pienso que no hemos sabido valorar adecuadamente todo lo bueno que nos ha dejado nuestra civilización occidental. Hemos sido desagradecidos. Entramos en una zona de confort y nos volvimos pasivos, dejamos de luchar y defender nuestro legado. El individualismo nos hace irrespetuosos con las generaciones pasadas e insolidarios con las futuras.
JMF: Con la educación ‘hecha unos zorros’, ¿qué futuro nos espera?
MC: La educación es la antifatalidad (creo que ésta es una expresión de Savater que leí en su obra El Valor de Educar). Es la única forma de romper realmente las cadenas biológicas y sociales que nos atan a un punto fijo. La educación nos hace libres. Pero una educación no demagógica, una educación en la que se valoren la autoridad y los límites. Los límites nos hacen libres, nos humanizan. Los niños los necesitan como las barandillas de una escalera. El «no» es un regalo que todo niño debería recibir y la frustración un derecho fundamental de la infancia. Sin frustración un niño no aprende a gestionar el fracaso, a caer y levantarse, a volver a intentarlo mil veces, a superarse a sí mismo, a no desfallecer. Estamos ante una «emergencia educativa». No se puede educar sobre este relativismo escéptico en el que todo vale y cada uno tiene su propia verdad. La crisis educativa es la manifestación de otra crisis más amplia: la crisis del hombre. Detrás de la cuestión de la educación se esconde la cuestión del hombre. Pero la cuestión del ser humano se ha convertido en un asunto tabú incapaz de dar una respuesta que no sea relativista. Estamos ante una crisis metafísica de la que solo se puede salir mediante una reconstrucción de una idea racional del hombre.
JMF: ¿Cómo se reconstruye esta idea racional de hombre?
MC: Volviendo a los fundamentos antropológicos esenciales del ser humano, fruto de la cultura y de la naturaleza. De nuestra cultura configurada por Grecia e Israel, por Atenas y Jerusalén. Pero también por la naturaleza, y en este sentido, es imprescindible reconocer que existe una alteridad sexual, un dimorfismo sexual, que hombres y mujeres no somos neutros sexualmente, que no somos fungibles e intercambiables; sino que tenemos unas características propias que nos hacen maravillosamente diferentes y que nos enriquecen en una relación simbiótica entre los sexos que debe ser respetuosa y nutricia. Donde hay un genio femenino, hay un genio masculino, ambos debemos aprender del sexo opuesto para enriquecernos y ser más completos. Quién soy yo es el aullido emocional más extendido en la sociedad actual, por falta de raíces, por la mutación antropológica que estamos viviendo, por la alteración de nuestros principales códigos simbólicos. El problema de la esencia del ser humano es un problema interno, anímico, psíquico, espiritual…. Tenemos que tomar conciencia, una conciencia no culposa de nuestra naturaleza, como hombres y mujeres, y convencernos con orgullo del valor de nuestra singularidad.
JMF: Mil gracias María, hay mucho que meditar; si dejas que haya próxima ocasión me gustaría hablar de educación contigo, me da que lo tienes muy pensado… Un beso y reitero mi agradecimiento por ti tiempo e ideas.
MC: Ha sido un placer inmenso y el formato me ha encantado porque deja tiempo para pensar con tranquilidad. Gracias a ti por esta iniciativa. Hablamos de nuevo cuando quieras. Abrazos.